10/22/2006

Consejos para despertar. (1)

Un día despierta uno con una sensación. Da igual cual sea. Lo importante es la sensación, así se hace uno a la idea de que se sigue vivo y no puede ser tan malo. Antes de todo hay que cerrar y abrir los ojos un poco, para comprobar si es que las lagrimas siguen ahí, en caso de ser necesarias. También hay que mover tantito la quijada -o maxilar inferior, dijeran las estomatólogas- para comprobar que se puede reir como Dios manda, que también hay quien jura que se le ha visto reir.
Después hay que armarse de valor, que salir de una cama es un proceso que incluye quitarse algunos prejuicios, pesares y ánimos sibaritas espectáculares, que estamos ante la perpectiva de que algo pueda suceder y hay que dejar que la ruleta de los azares (yo soy amigo cercano del destino, por eso les cuento con tan poco entusiasmo) nos lleve a donde sea.
Lo único malo es que a veces nada de esto sirve en una isla desierta cuando tu única compañía es la melancolía y la nostálgia pegada en la piel por lugares que no hemos olido, ni sabores en los cuales se pueda caminar pronto.
En ese caso solo queda supirar quedito cuando se abren los ojos y suplicar por que Ella -no me digan cursi, siempre hay una Ella o su equivalente placebo y placero- se digne a traer la llúvia a la tierra seca de este pedazo de isla que llamamos vida. Aunque hay que ser honesto, pocos pueden presumir de sus dotes de cazadores de arcoiris , sin que uno sospeche que es una mentira vil, como la de aquel que presumía que le había comprado una casa de interés social en Tecama a un arcoíris que capturó en una tarde de verano, lluviosa como ella sola, en un islote del Mar de Cortés.
Pudiera ser hoy. Todos los días me digo eso y esta islita se siente menos solitaria.

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